miércoles, abril 19, 2006

Diario de Moscu (I)

¿Quién dijo que es peligroso asomarse al interior? Parece una idea de principios del siglo XX. Isaac sobrevivió a cinco años de universidad, tres de noviazgo, dos de piso sin ascensor y uno de servicio militar. Luego, comenzó un diario donde resgistraba decepciones. Los días eran generosos en desencantos y el diario engordó hasta pesar más que la esperanza. Todas las noches, a las once menos cuarto, Isaac se abrochaba el último botón del pijama, ajustaba el despertador a las siete y tres, y dirigía su pluma hacia el cuaderno con una coreografía apagada y vaporosa.
Isaac pensó en Moscú. Quedaba lejos, pero la imaginaba como una de las minas más fructíferas en desilusiones. Moscú podría llenar su diario en un par de días. Aquí, hasta los desengaños tenían la capacidad de frustrarse repetidamente.
Se durmió con la vista puesta en la Plaza Roja.
A la mañana siguiente llovió tanto que la gente reflexionó en las oficinas; por la tarde fue a esperar a Dalia a la entrada de un cine. Dalia se retrasó, como siempre hacía entre semana. Isaac decidió omitir ese detalle del diario. No pudieron entrar a ver la película y descendieron la calle en cuesta. Fue una buena tarde, pero no tan buena como para que Isaac dejara de abrocharse el último botón del pijama y de ajustar el despertador cuando las agujas señalaban las once menos cuarto. El diario, bien alimentado, sesteaba en la mesita de noche. Isaac tomó la pluma y pensó en lo lejos que estaba de Moscú…

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