El purgatorio en un McDonald's

O el infierno...
Todo empieza cuando a las tres de la madrugada cierran preeminentes clubs nocturnos en Estocolmo. La marabunta se lanza al metro, que pasa arisco y gratuito. La temperatura nocturna, gélida. La estación de tren, cerrada. Cerca, la luz de una M de tipografia curva. El McDonald's se puebla de seres que no entran en las postales suecas. Extranjeros de pupilas dilatadas, ciudadanos de la exclusión social, niñas monas, jóvenes nórdicos anodinos, imitadores de Ángeles del Infierno, muchos borrachos, colas eternas para conseguir una hamburguesa plastificada, un servicio de pago que recuerda a una batalla en Camboya profunda...

No obstante, al comenzar la noche, Estocolmo se muestra altivo. Clubs de cuidado diseño donde se criba en las largas colas a los escogidos para que puedan atizar su cuenta corriente en su interior. Obligatorio ser mayor de 25 años, no tener síntomas de ebriedad, y ni soñar con fumar dentro.
Una vez en el interior, poco tiempo, pues se cierra hacia las tres, y mucho roce. Sí, prohibido hablar, pero fundamental el bailar frotándose unos a otros hasta sacarse brillo. Ahí reside el éxito.