martes, enero 29, 2008

Acantilado


Después de matar a la camada de la gata lanzando los recién nacidos contra una tapia, regresó a cenar a casa. El padre de Lorena tenía esas cosas. Ella, en cambio, era delicada. Con todo. Con los seres vivos, pero también con los objetos inanimados. Durante la cena, anunció que estaba embarazada. Solo a los pequeños les hizo ilusión. Cuando todos se fueron a dormir, la gata se dirigió a la cocina, donde desde hacía algunas noches esperaba la oportunidad de cazar a una pareja de ratones que se habían mudado al caserón. A la mañana siguiente, las ojeras delataron a todos los miembros de la familia. Nadie había conseguido dormir. En la cocina, esparcidos por el suelo, encontraron los restos de un ratón. La gata dormía inquieta. Echaba algo de menos. Algo que dar caza al ratón no había saciado. Como si un acantilado se abriera en su interior. Lorena desayunó en silencio y salió en dirección al pueblo. Los demás desearon que no regresara hasta la noche. Era domingo. La gata frotó su lomo por las piernas del padre y desapareció escaleras arriba. La madre dijo que ayudaría a cuidar del bebé. El padre no contestó porque el otoño, a través de una ventana mal cerrada, se había colado por la noche en el dormitorio robándole un buen puñado de palabras. Lorena regresó al anochecer. Traía mermelada.

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2 Comments:

At 4:43 p. m., Anonymous Anónimo said...

Hay veces que no se asimilan bien las noticias. Lorena, al menos, trae mermelada. La gata no puede más que maullar, y encima, le pasa el lomo al que le quita a sus cachorros. Qué buena tu literatura.

Brunita

 
At 4:33 p. m., Blogger Bea said...

La mermelada endulza lo amargo, pero a veces la mermelada también es amarga...
Saludos

 

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