FRANCE
Los estudiantes franceses se dedican estos días a haraganear por la calles de París y otras ciudades galas. Han encontrado una nueva excusa para abandonar las aulas, el trabajo, sus obligaciones y responsabilidades: una medida gubernamental redactada pensando, irónicamente, en ellos. Así es, mientras el Gobierno de la República lleva a cabo la titánica tarea de dirigir un gran Estado como Francia y busca nuevas ideas para luchar contra el paro y dotar de puestos de trabajo a los jóvenes, estos vagos se dedican a provocar altercados, enfrentarse a las fuerzas de seguridad, romper la tranquilidad de las vidas de sus paisanos, perjudicar comercios y bienes públicos.
Así pagan estos niños el esfuerzo de las generaciones que les preceden y que con mucho sudor les proporcionaron la posibilidad de estudiar y holgazanear.
La medida supondrá flexibilizar mínimamente el rígido reglamento laboral francés, un residuo arcaico que frena el progreso y el crecimiento económico de la nación, actualmente sumida en la parálisis y el paro. Pero las mentes jóvenes parecen viejas y no quieren salir de la prehistoria laboral para enfrentarse a la globalización. Villepin, un primer ministro tan valiente como elegante, sacará adelante esta reforma necesaria para que esos jóvenes desagradecidos encuentren trabajo cuando acaben de gandulear en la Sorbona.