Riverbank
Aquí llueve distinto que en París, murmuró. Tendrás que acostumbrarte, zanjó su madre. Con la mano apoyada en el cristal, miró el asfalto mojado, las gabardinas apresuradas y las gotas grises que morían en la ventana. No me pienso acostumbrar, replicó. Su madre lanzó un suspiro y trató de concentrarse en la lectura. No pudo. Miró el reloj de la pared. Debe estar a punto de llegar, pensó. Se eschuchó el ruido del ascensor. Un sonido metálico se desencadenó en la cerradura. Nos vamos, dijo la voz masculina a través de la bufanda. ¡Bien! gritó la niña, abandonando su puesto de vigía ante la ventana. La madre volvió a suspirar apretando el bolso contra su regazo.